En el 2014, me despedí de uno de mis grandes amores, un lugar que me ayudó a ver infinidad de lados de mí que andaban dormidos.
Uno pensaría que un trabajo o un lugar no es la gran cosa, pero con una historia atada, hasta un pedazo de papel se convierte en un tesoro. Es una de las cosas que más me gustan de las historias.
En el 2008, mi vida comenzó desde 0 en ese lugar, y hoy agradezco más que nada el haberme convertido en mesera “por casualidad”.
Cuando le dije adiós a ese espacio en el 2014, entró en mí el deseo de tener la finca que desde niña deseaba tener, en la que iba a construir hermosos jardines y veredas, para irme a jugar con todos mis duendes.
Unos meses después, el deseo dejó de ser deseo: conseguí la finca (y casi casi parecería que fue por arte de magia que la conseguí, pero tú y yo sabemos que fue la conexión con los guías, y mi constante seguir la dirección en la que me envían, que tanto te
recomiendo).
Cuando llegó el momento de ponerle nombre a la finca, Augusto me sonrió y me dijo: “ella tiene nombre desde antes de que la conocieras”, y yo solo sonreí y le dije: “claro”.
En adelante, la finquita se convirtió en La Princesa, en honor a ese hermoso lugar, el restaurante en el que trabajé, y en honor a la más hermosa princesa de todas: la tierra.
Como te contaba en este episodio, siempre he sabido leer entre líneas, y para mí las princesas siempre han sido mujeres fuertes, que tienen mucho más que enseñarnos de lo que nos contaron de niñas.
¿Y quién más fuerte que La Tierra misma? Si, La Princesa, la tierra, es la más fuerte, la “más mejol”, y de la que más podemos aprender, si nos ponemos las gafitas adecuadas.
Por eso siempre te recomendaré conectar con ella, a través de la siembra, aunque sea con una sola planta.
Me despido por hoy, esperando que todo lo que te comparto te ayude tanto como me ha ayudado a mí y, como siempre te pido, si conoces a alguien a quien esto que comparto le puede ayudar. ¡Mándalo pa'cá!
¡Te espero cada miércoles en YouTube!